José Rafael Lantigua.
Secretario de Estado de Cultura.
Palabras inaugurales del II Festival Internacional de Poesía de Santo Domingo “Palabras en el Tiempo”.
Poetas:
El 21 de octubre de 1850 nacía en Santo Domingo, Salomé Ureña. Ella sería la primera mujer dominicana en publicar un libro de poesía, en 1880, cuando ya tenía treinta años de edad.
Empero, seis años antes, en 1874, se publica la primera antología literaria dominicana, “Lira de Quisqueya”, de José Castellanos, apareciendo en esa edición siete poemas de Salomé. Ella tenía entonces 24 años de edad.
En 1894, cuarenta y cuatro años después de haber nacido Salomé, se registra el nacimiento en Santo Domingo de Domingo Moreno Jimenes, quien en 1916, cuando tenía veintidós años de edad, publica su primer libro de poesía, titulado “Promesas”.
En 1913, sesenta y tres años después de haber nacido Salomé, nace en San Pedro de Macorís, Pedro Mir, quien en 1949, cuando tenía ya treinta y seis años de edad, publica en La Habana, donde se encontraba exiliado de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, su primer libro, el poema “Hay un país en el mundo”, de cuya primera edición conmemoramos este año el sesenta aniversario.
Con Salomé, se funda un decir poético en República Dominicana, caracterizado por la limpieza del verso, el acento fuerte, que a su vez sereno; el espíritu de orientación moral, que a su vez recriminante; el estro inspirado, intimista, que a su vez abarcador de una sensibilidad que incorpora a toda la sociedad en su numen solitario y sufrido.
Salomé, de quien alguien dijera que “fundó entre nosotros la dignidad espiritual de la mujer”, fue dueña de una poesía, de exquisita factura, que desde la perfección de las formas y desde su acendrada personalidad lírica, expresó su soledad y desolación, sin abandonar los giros siempre abiertos de la esperanza, impregnando al ser nacional de una sensorialidad hasta entonces no experimentada en la poesía dominicana.
Moreno Jimenes, quien ejerciera como poeta durante más de sesenta años, construyó un movimiento poético que transformó los aspectos formales de la poesía dominicana, erigiéndose como un poeta mayor dentro de nuestra literatura. Su renovación poética abrió caminos a posteriores grupos poéticos. Y su filosofía de vida, transmitida integralmente a su obra, pregona un ideal místico muy singular. “En mis avatares estéticos –escribió- columbré desde muy temprano, el drama del hombre y el problema de América. En la encrucijada de que, o el hombre modificaría al medio o el medio modificaría al hombre, yo quise conseguir algo estable”.
Más adelante, diría: “No importa que la América, norte y cima de la Humanidad, no existiera entonces; yo la crearía en mi obra, aun cuando por ello me expusiera a obtener todos los dolores y a recibir todos los infortunios. Con todos sería tolerante. Cada quien podía ser como le placiera. Bastaría que yo fuera como debía ser para que el ideal se realizara”.
Moreno siempre tuvo bien claro su ideal americanista. Su filosofía es conceptuosa, dinámica, abierta a las canteras del porvenir. No es un simple enunciado, es la revolución del ser, el trabajo interior en la conformación de una hechura de muy profundos sentimientos, la acción ontológica que formula las razones y los valores de esa realización. Es la conciencia de la misión humana del hombre americano, el secreto del devenir y la esperanza de una realidad espiritual que puede ser –como él pregona con su apostolado poético- concreta, permanente.
“Ser poeta –dijo alguna vez- no es más que vivir; vivir ampliamente; dar un puntapié a los obstáculos del camino y seguir”.
Y así fue su vida, su evangelio, su errancia lírica: un acto de fe en la poesía y en sus atributos; en la poesía y sus sendas múltiples; en la poesía y su desbordante vitalidad. “Como poeta cósmico, yo estoy bien hallado en cualquier sitio y cualquier entidad. Si me niegan el agua viviré del sudor de mi sangre, y si la sangre me faltare, volveré sin dolor a la fuente de donde había partido. Me he embarcado en la carabela del espíritu….Si desde mi isla partida del Caribe, surge un rayo renovador que despierte a América y conmueva al mundo, yo pensaré que todas mis cuitas y todas mis tribulaciones jamás han sido vanas”. Palabras de auténtico poeta.
Pedro Mir llegaría muchos años más tarde con un canto de naturaleza social que fundaría el país dominicano posterior a la dictadura. Su poema fundamental abriría los cauces de la nueva realidad que viviría la nación, luego de sufrir los embates de la más recia y sangrienta dictadura de la América de aquellos tiempos.
Mir integró el poema a su empoderamiento social; hizo que alcanzara la dimensión de la profecía y el aliento de esperanza en tiempos históricamente difíciles y absurdos. Hace sesenta años, a partir de la publicación de Hay un país en el mundo, Mir pasó a ser, a través de su poema, la representación de la esencia de la dominicanidad mancillada y la esperanza del porvenir iluminado.
Con él, con su voz poética dulce y fuerte, cantó la patria toda, en las aulas, en las oficinas, en las reuniones obreras, en los convites campesinos, en los talleres, en las ensenadas y en los montes, en la urbe y en el campo. La patria entera aprobó el amor para quebrar su inocencia solitaria. Y en medio de esta tierra recrecida, los dominicanos rescataron su historia de signos ominosos, para crear con ella sus nuevos haberes y su nueva canción.
Doce años después de publicarse en el exilio habanero del poeta su gran obra, los surcos se abrieron y los héroes llevaron hacia el patíbulo la cabeza del infame. Y el poema creció y recreció, se hizo grito de espanto y recuerdo, ennobleció la lucha y forjó la canción que convocaba a la esperanza para dejar de lado la amargura necesaria de treinta y un años de oprobio e indignidad.
Alrededor de estas tres historias poéticas, iniciamos esta noche la segunda edición del Festival Internacional de Poesía de Santo Domingo “Palabras en el Tiempo”. Con Salomé, conmemoramos hoy la fecha de su nacimiento y, como cada año, los poetas dominicanos centramos en la efeméride la valoración y trascendencia de la poesía, como arma de combate contra la injusticia, como memoria de la historicidad personal y colectiva, como escritura de amor, como mensaje de esperanza, como relato lírico de las andaduras de un pueblo, los avatares de una época y las singularidades espirituales de una generación.
Nuevos tiempos corren hace ya muchas horas. Nuevos tiempos y nuevas consignas poéticas. Sobre el entramado de una sociedad sacudida, podría decirse igualmente, herida, por signos de ominosa presencia, por las secuelas de sombras gravitantes, la poesía sigue haciendo su camino de luz, su tránsito, su mudanza, su convite.
No lejos de mí, en mi persona
sin escándalo, está naciendo un hombre.
Aquí mismo, en mis testarudos huesos
echa raíces este hombre,
y con la sangre de mi propio barro
se levanta.
José Enrique García, un poeta que nace cuando comienzan a inficionarse en el ser nacional las nuevas proclamas, los nuevos baluartes, junto a las nuevas inquisiciones y las nuevas fugas, parece estar recogiendo los estipendios de las viejas formas para construir la hacienda de las nuevas fortalezas poéticas.
De esas manos que cuelgan de los brazos del hombre
se espera que edifiquen las construcciones próximas,
de su voz, las nuevas canciones que perpetúen las ya cantadas
por los viejos.
Deudor es el hombre de su origen
de él depende que la historia se repita en otra historia.
Suyos son tan sólo los primeros años,
los años de la canción de hierba
agua
viento
los años en que todo se ignora.
y el tiempo espera por la voz madura
los brazos
la conciencia
pues ese que está hace tiempo haciendo los trabajos
espera su reemplazo.
Muchos, tal vez, no han descubierto aún, que El fabulador, de José Enrique García, publicado en 1980, a punto de cumplir treinta años, hizo el camino de apertura hacia los nuevos signos del poema, bajo el arbotante de la palabra que abría los cuerpos, los instantes, los vacíos y las sombras, al aliento fuerte de los silencios violados, de las lágrimas ardientes, de las honduras, de los sueños, de los besos.
Los desplazamientos harán su trecho, correrán su suerte. Es la hora de los hornos. Siete años después de El Fabulador, un poeta escribirá sobre la página el nuevo proyecto:
Se congrega
en el díscolo vivir la rabia tormentosa
se prende a la pared el alarido
casi como una trompeta devorada.
Es una nueva realidad poética la que comienza a experimentarse. La palabra está surcando su devenir, desde la fortaleza de su roca de fuego. Una voz, desde el desarraigo, está haciendo una señalización que la sociedad tal vez no percibe, y que contiene la savia, la huella y la distancia de los senderos bifurcados.
Yo vivo aquí sin horizonte fijo
yo marchitado a fuerza de cálidos fraseos
madurado a violencia como el mango.
para lo que es inamovible
queda dislocado el tiempo niquelado a sus muros
el horror al rostro como al fuego
al acero que pule sus refugios.
León Félix Batista, desde el exilio neoyorquino, escribe El oscuro semejante, para iniciar la partida hacia las emergentes dilucidaciones y el congregante espectáculo de las sombras, los hastíos y las flotaciones de la identidad.
Yrene Santos, casi al mismo tiempo que León, disemina su vivencialidad desde una fértil sensación reflexiva. Son los ochentas gravitando sentenciosamente sobre una poética ardorosa que se escurre entre los trepidantes ensueños del deseo.
Escribir un poema
es desarropar al viento
vivir en la sala del silencio…
Es una poesía de pensadas interrogantes, a la vez que de golpeantes respuestas.
El labio superior del anteojo de Dios
muerde la alcoba.
La poeta navega entre ríos desbordados de pasión y delirio. Se hunde en las ruinas del deseo, y escribe una poesía desnuda, que comienza a romper los hilos quejumbrosos que Salomé, desde otra realidad y bajo otro tono, comunicara altiva en su sombría soledad, en su abandono, en su cama abandonada, muerta.
Y entonces, viviendo otra realidad poética, y viniendo desde atrás hacia hoy, Soledad Alvarez trae otra visión y otro signo, y en las anguilas quemantes de una cama compartida en el que se arremolinan los pulpos del deseo nos permite descubrir, después de describir, que una cama compartida no es playa ni mar sino isla/ donde una niña duerme/ acunada en el regazo de la tierra.
José Mármol, en un libro exquisito de reciente tirada, titulado Miradas Paralelas, juego de poesía e imagen, de luz y palabra, nos irá conduciendo por historias, senderos, paraísos, donde sólo el viento de la poesía, y no habrá necesidad de más, sostiene las andanzas:
No temas a las anchas y tersas superficies de lo inmóvil.
No importa si de aguas, de nubes, de nostalgias.
No importa si de arenas amarillas o de olvido.
Y seguiremos tras el poema, por los pequeños misterios cotidianos, en la seguridad de que hay caminos que al encuentro se vuelven un abismo…/ Hay caminos que se hacen al fragor de una mirada…./ Hay caminos que no más otro camino puede andar.
No quiero, no puedo, concluir esta andadura frenética sobre el poema y sus arrobamientos, tras el poema y sus diluvios, frente al poema y sus encrucijadas, sin alertarles sobre la gravedad de un poeta que no pudo resistir la perfección del silencio. De un poeta que se hizo esta pregunta alguna vez, cuando quiso describir la mentira:
¿Qué verdad existe en el vientre de las palomas?
¿La verdad está en la lengua o en el espacio de los espejos?
Un poeta que proclamó que su paz era avergonzarse de la esperanza. Un poeta que sentenció que su memoria es maldita y amarilla como un río sumido desde hace muchos años.
De los desvanes baja un clamor de palomas. Es el sonido de mi infancia.
Mis propiedades son débiles: un tejido de cáñamo, leche –azul en los bordes- y la contemplación de los espías.
Estas son las huellas de mis ojos, los contenidos de mi alma.
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Tierra desposeída de sus tumbas, madres encanecidas en el vértigo.
Es lo que queda de mi patria.
Antonio Gamoneda supo de temblores de cauces invertidos y de gestos de rostros improbables. Poeta como Salomé que surcó los cauces intimistas desde un cuadro de desolación y penurias. Poeta como Moreno, que rompió esquemas y sentó las bases de un simbolismo audaz, sacudido por soles calientes y tierras silenciosas. Poeta como Mir, que describió la patria desde las mentiras subyacentes, desde los amaneceres encendidos, desde la memoria amarilla de extinción y veneno.
Los poemas, los poetas, se cruzan, se entrecruzan; se duelen, se conduelen. Escriben desde sus silencios y claman desde sus gritos de llanto y delirio. Hacen la historia. La construyen y la describen, mucho antes y mucho después de que los historiadores la entiendan y memoricen.
Los poetas son los dueños de la memoria, y de la luz. A partir de esta noche, que esa memoria y esa luz construyan la historia de todos, de todas, en el perfil más lúcido y cabal del alma, desde el hondón del alma y de la sangre. César Sánchez Beras nos lo advierte:
En la noche innombrable que pare la poesía
una lluvia inefable va llenando de luz
la cueva en donde el tiempo descubre su palabra.
Y nada más. Y nada más.
Salón La Cúpula
Palacio de Bellas Artes
Santo Domingo,
21 de octubre de 2009.
Referencias bibliográficas:
1. Salomé Ureña de Henríquez: Poesías completas. Edición especial de la XXIV Feria Nacional del Libro Salomé Ureña de Henríquez. 1997. Publicación de la Comisión Permanente de la Feria Nacional del Libro. 9ª. Edic. Abril de 1997. Editora de Colores. 303 pp.
2. Miguel Collado: “Salomé Ureña de Henríquez. Primera Dominicana en publicar un libro de poesía”. Edición conmemorativa del Centenario de su muerte 1897-1997. Ediciones Cedibil, abril de 1997. Editora Búho. 16 pp.
3. Domingo Moreno Jimenes: “Obras poéticas. Del gemido a la fragua”. Explicación de J. M. Troncoso Sánchez. Editora Taller, 1975. 317 pp..
4. Pedro Mir: “Hay un país en el mundo y 6 momentos de esperanza”. Ediciones Fragua, Santo Domingo, 1962. Imprenta Panoramas de G. Domínguez H. 61 pp. (Es la primera edición dominicana del poema).
5. José Enrique García: “El fabulador y otros poemas”. Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1989. 127 pp.
6. León Félix Batista: “El oscuro semejante”. Colección Egro de Poesía, No. 4, 1989. 70 pp.
7. Yrene Santos: “Desnudez del silencio”. Editora Búho, 1988. 64 pp.
8. Soledad Alvarez: “Las estaciones íntimas”. Amigo del Hogar: 2006. 71 pp.
9. José Mármol/ Angel A. Martínez: “Miradas paralelas”. Amigo del Hogar, 2009. 77 pp.
10. César Sánchez Beras: “Trovas del mar”. Edición bilingüe. Editora Búho, 2002. 137 pp.
11. Antonio Gamoneda: “Esta luz”. Poesía reunida (1947-2004). Epílogo de Miguel Casado. Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores: Barcelona, 2004. 683 pp.
12. José Rafael Lantigua: -“Domingo Moreno Jimenes, biografía de un poeta”. 5ª edición. Editora Búho: 2006. 234 pp.
-“La conducta literaria. El discurso fundacional”. Discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua. Editora Mediabyte: 2008. 54 pp. más cuadernillo de fotografías.